jueves, 29 de enero de 2015

Amaneció temprano y tras un copioso

Amaneció temprano y tras un copioso desayuno, cortesía de mi querida madre, decidí retomar mi viaje hacia destino incierto. Mientras encendía motores y mi navegador se peleaba conmigo por la falta de concreción en las coordenadas, me decidí por recorrer esos fondos ya olvidados que tan bien me hicieron sentir en el pasado. Así mis pasos me condujeron, oyendo peces de ciudad de Ana Belén, hacia cuevas tranquilas, remansos de paz remodelados e incluso llegué a perderme entre tanto arrecife de coral desconocido. No puedo negar que fue reconfortante.

Justo en el ecuador de mi viaje recibí un mensaje en el navegador. Para mi sorpresa era mi escritora preferida, esa que con ropa o sin ella siempre te atraviesa el alma con sabias palabras. Me encantó la charla, aunque si es verdad que hubo un punto en el que parecíamos dos abuelas, en una mesa camilla, haciendo calceta.

Sin darme cuenta, descubrí que estaba a la deriva y que me hallaba en un puerto nuevo, desconocido, misterioso pero agradable y que desprendía un calor muy familiar para mí. Era el calor del deseo. Al salir del submarino, el regente del puerto me dio una calurosa bienvenida y yo, incrédulo, pregunté el por qué del alboroto ante un extraño sin importancia. Resultó que el puerto, al igual que el corazón del regente, tenían dueño, pero debido a su juventud tenia muy descuidadas sus obligaciones. Dos tardes pasé conversando con el regente, que resultó ser un viejo marino que muchas veces embarcó, muchas naufragó y desde hace un tiempo dispuso ser regente del puerto de nadie. Esas dos tardes fueron preciosas y muy productivas y a la hora de la despedida, un gran abrazo y la promesa del marino de buscar mi puerto y, con mi permiso, tal vez, quedarse un tiempo.

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